sábado, 15 de octubre de 2011

Los planes del Tercer Reich para el Continente Americano

Un Nuevo Horno en Sudamerica

Aqui se exponen la supuesta teoría de que Hitler tenia planes serios de llegar a Sudamerica y también un escrito donde esta teoria se desmiente, la verdad es que no hay nada certero pero aqui queda la duda, a usted querido lector le toca aplicar su libre albedrío y buscar información más extensa para corroborar lo aqui escrito.

En 1941, un supuesto mapa secreto de Hitler fue denunciado por el presidente estadounidense, Roosevelt. Representaba A América del Sur y A una porción de Centroamérica con una configuración política acorde con el Nuevo Orden Mundial que pensaba imponer el gobierno nazi. Lo explicó Roosevelt: 14 “Repúblicas” quedaban reducidas a cinco Estados “vasallos”. Las Guyanas se convertían en una sola entidad, entregada como un regalo a la Francia de Vichy. Serían de Argentina, Paraguay, Uruguay, el sur de Bolivia y las Islas Malvinas. A Brasil irían a dar una porción el norte de Argentina (Provincia Misiones) y el resto de Bolivia.

El mapa, argumentó Roosevelt, era la prueba contundente de que Hitler quería expandir sus conquistas a nuestro margen del océano, contrario a lo que declaraba abiertamente. El mapa ponía en evidencia la amenaza nazi para el continente americano entero. Hitler quería hacer del sur un “bungalow del nazismo”. Estados Unidos tendría que despedirse del Canal del Panamá y se le pondría difícil cuidarse las espaldas. Lo que no queda muy claro es si al hacer el anuncio, Roosevelt sabía bien a bien de dónde provenía el mapa descrito. A pesar de las presiones internas y externas por revelar quién era el informante, Roosevelt no aclaró la proveniencia, argumentó que para proteger la fuente, y su origen se continuó escondiendo durante décadas. No fue sino hasta 1967 que un ex-agente secreto británico “confesó” quién había sido el espía: un alemán que había pagado caro, se lo habían escabechado en un “accidente”.

La verdad es otra. El mapa latinoamericano de Hitler colgó de una pared en la oficina del Partido Nazi en Buenos Aires. Los alemanes lo trazaron en Argentina, un diplomático alemán lo puso en manos de los británicos, previo haberlo paseado ante el beneplácito de militares y políticos sudamericanos, y el “informante” no murió en ningún tipo de “accidente”, sino que regresó a Alemania, recibió un ascenso, dejó la carrera diplomática, entró a las SS y murió luchando en el frente ruso en el año 1943, al calor de las balas de la Segunda Guerra Mundial.

El mapa auténtico, como se ve, no fue facturado en Berlín y no tuvo un pelo de secreto. En cuanto a la distribución del territorio, era muy otra, y no se le daba porción ninguna a los franceses. Los británicos habían maquillado o alterado el mapa en Ontario, Canadá, añadiendo y quitando según soplara el viento y lo entregaron a Roosevelt para convencerlo de que los tanques alemanes podrían desembarcar cualquier momento en las playas de Copacabana. Roosevelt habló de él para mostrar a la opinión pública la necesidad de entrar a la Guerra, tras mencionar los ataques de los submarinos alemanes a los barcos estadounidenses. No es posible comprobar si sabía o no que el mapa estaba tocado con una manita de gato de los británicos.

Berlín negó la existencia del mapa —aunque sin duda fue trazado con indicaciones del poder central—, y dijo que si acaso Roosevelt tenía alguno, era una falsificación. E insistió en que Hitler no tenía ninguna intención de apoderarse de nuestro continente.

Desde donde uno lo vea, el mapa tiene un aliento vil. No hay en su trazo ni sombra de espíritu científico, las manos que lo trazaron no se parecían en nada a las de los cartógrafos (memorables y ridículos) que retratara Borges, los que buscando la precisión hasta el absurdo, elaboraron el que medía las exactas dimensiones del Imperio. En el mapa sudamericano de Hitler no hay ríos, no hay montañas o ciudades, se pasa por los alamares la representación fiel de la geografía. Su intención tampoco era alentar la unión latinoamericana, lo que deseaba era sembrar guerras y discordias. Lo dibujaron en la Argentina y lo exhibieron para alentar las desavenencias, incendiar los ánimos, ganar el sur de América para el reforzar el puño universal del nazismo, atizando los ánimos expansionistas y las rivalidades entre naciones latinoamericanas.


Roosevelt y el mapa secreto de los nazis para la dominación mundial

“Hitler ha dicho en muchas ocasiones que sus planes de conquista no se extienden a través del Océano Atlántico. Pero yo tengo en mi posesión un “mapa secreto”, hecho en Alemania, por su gobierno, y que muestra sus planes para un “nuevo orden mundial”. Es un mapa de Sudamérica y parte de América Central y de como Hitler pretende reorganizarlas”.

“El mapa, amigos míos, deja claro no solo el destino que los Nazis desean para Sudamérica, si no también para los EE.UU.”.



Franklin Delano Roosevelt fue un hombre que nunca dudo en mentir para alcanzar sus objetivos. Por ejemplo, en un discurso radiofónico a todo el país emitido el 23 de Octubre de 1940, dio la “mas solemne garantía” de que no había llegado a “ningún entendimiento secreto de cualquier forma, directo o indirecto, con ningún gobierno o nación del mundo, para involucrar a los EE.UU. en esta guerra, o con cualquier otro fin”. Pero documentos estadounidenses, británicos y polacos, muchos de ellos liberados de los archivos oficiales muchos años después del fin de la guerra, han probado que la “más solemne garantía” fue solo la más miserable de las mentiras. De hecho, Roosevelt, tenía muchos “entendimientos secretos” cuyo único objetivo era que los EE.UU. entraran en guerra.

De todos sus discursos, puede que el mejor ejemplo de la disposición de Roosevelt para mentir sea el emitido el 27 de Octubre de 1941 con motivo del Día de la Armada.
Habían pasado muchas cosas en los meses previos a ese discurso. El 11 de Marzo de 1941, Roosevelt había firmado la nueva Ley de Préstamo y Arriendo, que permitía el incremento de los envíos de material de guerra hacia Inglaterra, en una flagrante violación de las leyes internacionales y de la propia neutralidad de los EE.UU. En Abril, Roosevelt, también violando las leyes internacionales, ordeno la invasión de Groenlandia. El 27 de Mayo proclamo el “estado de emergencia ilimitada”, una especia de declaración de guerra presidencial, que fue utilizada para “puentear” al Congreso de los EE.UU., y hacerse con un poder y un derecho que hasta ese momento solo había estado en manos de los legítimos representantes de los ciudadanos estadounidenses.

A continuación del ataque alemán contra Rusia de Junio, la administración de Roosevelt comenzó a enviar una enorme cantidad de ayuda militar a los acorralados soviéticos. Esos envíos también eran una flagrante violación de las leyes internacionales. En Julio, Roosevelt ordeno, también de forma ilegal, el envió de tropas a Islandia.
El Presidente comenzó el discurso del Día de la Armada recordando que submarinos alemanes habían torpedeado al destructor “U.S.S. Greer” y al destructor “U.S.S. Kearny” el 17 de Octubre. Utilizando un lenguaje emotivo y patriótico, dibujo estos incidentes como actos de agresión, no provocados, contra todos los estadounidenses. Declaro que, pese a todo, estaba haciendo todo lo posible para evitar un conflicto, y que este ya había comenzado y que “la historia recordara quien disparo primero”. Lo que Roosevelt se olvido de mencionar es que los dos destructores mencionados estaban realizando operaciones ofensivas contra los submarinos alemanes, los cuales habían disparado sus torpedos en defensa propia y como último recurso. Adolf Hitler no quería una guerra con los EE.UU., y de hecho sabia que el único conflicto inevitable era contra la Unión Soviética y su política expansionista, por lo que había dado órdenes estrictas de evitar cualquier clase de enfrentamiento con barcos de guerra o guardacostas de los EE.UU., salvo en caso de “destrucción inminente”. Por el contrario las ordenes de Roosevelt de “disparar sin previo aviso”, dadas a la armada de los EE.UU. estaban específicamente diseñadas para provocar unos incidentes, que después serian presentados como agresiones alemanas. Pero a esas alturas del año y pese a todas sus provocaciones, Roosevelt no había conseguido que el gobierno alemán le declarara la guerra a su país y la mayoría de los norteamericanos aun se oponían a cualquier clase de participación en el conflicto europeo.
Y así, en un esfuerzo de convencer a sus oyentes de que Alemania era una autentica amenaza para la seguridad de los EE.UU., Roosevelt continuo su discurso del Día de la Armada con un sorprendente anuncio:



“Hitler ha dicho en muchas ocasiones que sus planes de conquista no se extienden a través del Océano Atlántico. Pero yo tengo en mi posesión un “mapa secreto”, hecho en Alemania, por su gobierno, y que muestra sus planes para un “nuevo orden mundial”. Es un mapa de Sudamérica y parte de América Central y de como Hitler pretende reorganizarlas”.

El Presidente explico que el mapa mostraba a Sudamérica, a si como a “nuestra arteria vital, el Canal de Panamá”, dividos en cinco “estados vasallos” bajo el dominio alemán.

“El mapa, amigos míos, deja claro no solo el destino que los Nazis desean para Sudamérica, si no también para los EE.UU.”.

Roosevelt llego a revelar que estaba en posesión de “otro documento del Gobierno de Alemania, que detalla un plan para abolir todas las religiones existentes, católicos, protestantes, musulmanes, hindús, budistas y judíos, todos por igual”, y que este sería llevado a cabo

“si Hitler gana, y en un mundo oprimido”. “Las propiedades de todas las iglesias pasarían al Reich y a sus marionetas. La cruz y todos los demás símbolos religiosos serian prohibidos. Los clérigos serian ejecutados. En el lugar de las iglesias de nuestra civilización se crearía una iglesia Nazi internacional, una iglesia cuyos predicadores serian escogidos por el gobierno Nazi. Y en vez de la Biblia, las palabras del “Mein Kampf” serian impuestas como la nueva Palabra de Dios. Y en vez de la Cruz de Cristo se pondrían sus símbolos: la Cruz Gamada y la espada desnuda”.


Roosevelt enfatizo la importancia de sus “revelaciones” y declaro:

“Debemos reflexionar sobre estas sombrías verdades sobre los planes presentes y futuros del Hitlerismo”. Todos los estadounidenses debían, “hacer frente a la necesidad de escoger entre el mundo en el que queremos vivir y el mundo que Hitler y sus hordas nos quieren imponer”, y en consecuencia, “estamos comprometidos a la hora de colaborar en la destrucción del Hitlerismo”.

El gobierno alemán respondió inmediatamente al discurso de Roosevelt denunciando que los documentos eran tan solo un absurdo fraude. El gobierno italiano declaro que si Roosevelt no hacia publico su mapa “en un plazo de veinticuatro horas, su reputación va a quedar por los suelos”. En una conferencia de prensa al día siguiente al discurso, los periodistas le preguntaron a Roosevelt por la copia del “mapa secreto”. Pero Roosevelt se negó a hablar del tema, insistiendo únicamente en que procedía de “una fuente de total confianza”.

Como ha ocurrido muy a menudo, la verdad sobre el “mapa secreto” no emergió hasta mucho después del fin de la guerra. Fue una falsificación producida por los servicios de inteligencia británicos, en su laboratorio técnico de Ontario, en Canadá. William Stephenson, jefe de las operaciones de inteligencia británicas en Norteamérica, se lo paso a uno de los más altos responsables de la inteligencia de los EE.UU., William Donovan, quien se lo hizo llegar a Roosevelt. El documento sobre el futuro de las religiones en el mundo tuvo una historia similar.
Algunos funcionarios del gobierno de los EE.UU. fueron conscientes de los esfuerzos del gobierno británico y de su propio Presidente, para involucrar a su país en la guerra. En un memorándum del 5 de Septiembre enviado al Secretario de Estado, Cordell Hull, por uno de sus más cercanos colaboradores, Adolf Berle, este le avisaba de que agentes británicos estaban fabricando todo tipo de documentos para probar supuestas conspiraciones alemanas contra los EE.UU.. El memorándum de Berle finalizaba indicando que el gobierno “debía estar en guardia” contra estas “falsas pruebas”, fabricadas por los ingleses.

Es muy dudoso que ninguno de los contemporáneos de Roosevelt, incluido el propio Churchill, llegaran en alguna ocasión a pronunciar un discurso tan cargado de mentiras como el del Día de la Armada de 1941.

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